lunes, 18 de julio de 2011

Los jóvenes se incorporan a la política

Por Alicia Kirchner



Asustarse de la juventud es no conocer siquiera la historia de los orígenes de nuestro propio país. Las gestas más heroicas, la épica que conocemos en los primeros libros de texto, fueron protagonizadas por jóvenes.

La juventud ayuda a construir el cambio, porque es dinámica, transgresora, porque siempre va en busca de utopías. Nuestra democracia necesita de todos para fortalecer la construcción colectiva, jóvenes y adultos, hombres y mujeres de todo el país más alla de su edad. Pero cierto es que la juventud tiene esa fuerza, que impulsa los cambios. La política tampoco es estática, tiene el dinamismo que deviene de la realidad cambiante que impacta a los pueblos.

No cambian los principios, los valores ni las convicciones que son irrenunciables. Tampoco el proyecto de país en su contenido fundante. Lo que si tiene cambios es la participación en la renovación que produce los cambios. Un pueblo que vota y luego se recluye en la intimidad del análisis producido y masticado por analistas, politólogos y seudo expertos en comunicación, sólo participa en la formalidad de la democracia. Es en la discusión y la participación política que el país se nutre de ideas capaces de transformar la realidad. Por eso hay millones de argentinas y argentinos que desde hace ocho años se han ido incorporando a la discusión política, en el entendimiento de que son partícipes del cambio. Entre ellos se destaca una juventud que se compromete. Siempre estuvo, aunque se la quisiera ningunear. Y hasta pagó un alto precio en vidas por su naturaleza transgresora. Nunca como hasta ahora la democracia le abrió espacios de construcción para su desarrollo. La recuperación de la democracia quedaba renga, porque sólo se contentaba con mentar a las “futuras generaciones”.

Néstor Kirchner alentaba otro modelo participativo y en agosto de 2005, en el Día Internacional de la Juventud, ya señalaba que “lo que tenemos que hacer es abrir los canales para que la juventud argentina pase a ser parte activa del poder de la construcción de la nueva Argentina, con equidad y justicia”. No era una pose ni una formulación electoralista.

Como señalara recientemente la presidenta, Cristina Fernández, los jóvenes protagonizaron desde antes de la larga noche de la dictadura militar. Primero durante el peronismo, luego “en la lucha contra la dictadura; otros jóvenes más tarde, allá por los ’80, se incorporaron a la política con mucha ilusión de un proceso democrático que recién comenzaba. Pero acá se incorporan a la política después de ocho años de gestión, para defender un proyecto que ha sido revalidado en las urnas por la sociedad argentina.” Por eso decía Cristina, “algunos que no entienden y nunca entenderán, se asustan.” Asustarse de la juventud es no conocer siquiera la historia de los orígenes de nuestro propio país. Las gestas más heroicas, la épica que conocemos en los primeros libros de texto y que cantamos en las recordaciones patrias, fueron protagonizadas por jóvenes de su época, que a pesar de lo empinado de la cuesta, estaban convencidos de que se podía. Porque como siempre dijo Néstor, cuando la juventud se pone en marcha, el cambio es inevitable.

La dictadura primero y el neoliberalismo después clausuraron todos los espacios de discusión de ideas. La “no política” no fue casual, respondió y aún responde a un modelo de país para unos pocos. Los militares la censuraron cuantas veces sintieron los golpes de civiles en las puertas de los cuarteles. En la última dictadura, no sólo mataron y desaparecieron jóvenes y trabajadores en su mayoría, sino que se comenzó a diseñar el país corporativista que nos llevó a la crisis 2001-2002. Millones de jóvenes nunca vieron funcionar a las instituciones de la democracia, de la que sólo leían alguna mención sesgada en libros de texto. Nada de poderes institucionales, nada de Derechos Humanos, nada de libertad de información, nada de ciudadanía. La juventud de la democracia llegó con los viejos tiempos. Recomenzamos en el ’80 como si nada hubiera pasado. Es como si remedáramos a Fray Luis de León, señalando “decíamos ayer…” Ese ayer fue el del cercenamiento de los Derechos Humanos más elementales. Y entonces la expectativa, la ilusión se trocó en desilusión. Algunos jóvenes fueron capturados por la frivolidad continuada, que les enseñó que era más importante tener que ser, relegando la propia identidad.

En 2003 abrimos otro capítulo, que Néstor Kirchner sintetizaba señalando que “la tarea de la juventud argentina es dar una verdadera lección moral para todos los argentinos no solicitando, no ‘robando’ lugares, sino consolidando el espacio que les corresponde dentro de la sociedad, participando activamente en la construcción institucional del país. No como un apéndice más, sino como la parte activa, real y concreta de que el pensamiento de las nuevas generaciones argentinas está inserto en el proyecto que tenemos que encontrar los argentinos, que nos sintetice definitivamente para construir un país con equidad e inclusión.” Sin duda estamos viviendo una inflexión en estos tiempos de cambios, entre un modelo que se resiste a morir y otro que, con la participación popular, todavía está pariendo un nuevo país.

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